#79. La Encarnación.
Los Padres de la Iglesia eran hombres cultivados, que conocían la filosofía griega, sobre todo conocían la filosofía de Platón. Ellos tuvieron que encajar el hecho terrenal del nacimiento de Jesús con lo que era razonable. Por supuesto, no se pudieron engañar respecto a que no se podía pensar en algo menos razonable que la encarnación del hijo de Dios. Esta Encarnación (así, con mayúsculas, para distinguirla de las otras, la tuya, la de nuestros abuelos, la de nuestros padres, etcétera) traía consigo una preocupación por la carne; venía a poner de manifiesto una debilidad, la de resultar insoportable para aquellos hombres que todo se quedase en el mundo de las ideas de Platón. A aquellos hombres les pareció insuficiente un dios infinito, un dios perfecto, un dios omnipotente, un dios creador de todo, pero sobre todo les resultaba insoportable la idea abstracta de dios, o sea, la invisibilidad absoluta en la que este dios vivía. Del mismo modo que antes a Platón tuvo que parecerle demasiada poca cosa este mundo percibido por los sentidos, esta vida biológica que empieza con el nacimiento y finaliza con la muerte, y reaccionó pensando que tenía que haber algo más, aquellos hombres reaccionaron contra Platón. Les tuvo que resultar insoportable que todo se quedase en el etéreo mundo de las ideas.
La esencia del catolicismo es esta: la contradicción existente entre la necesidad de tocar, de ver, de sentir, y la idea de Dios. En esta perpetua contienda entre la Razón y la Sinrazón se desarrolla y se hace fuerte la Iglesia católica.
Esta no solo es una cuestión religiosa, sino que se trata de una cuestión que ha traído de cabeza a muchos filósofos. Llama la atención que los dos últimos grandes filósofos que ha habido: Hegel y Heidegger, hayan comenzado siendo estudiantes de teología. Podría explicar algunas cosas esta coincidencia… A lo mejor ha llegado el momento de defender a la Iglesia católica como fuente de riqueza para el intelecto. A lo mejor ha llegado el momento de decir que es más fácil caer en la inanidad si se está solo y exclusivamente sometido a un razonamiento de tipo científico.
Ser hombre no es algo fácil si se vive en el seno de la Iglesia católica. Se requiere una enorme disciplina. Lo más fácil, siendo hombre, es pecar, es decir, caer en todas las debilidades humanas. Recordemos ahora los siete pecados capitales: soberbia, envidia, avaricia, ira, lujuria, gula…, falta uno…, ¿cuál era? Recordando despacio estos pecados uno se asombra de que el hijo de Dios se haya hecho hombre. Surgen muchas cuestiones. La primera cuestión que nos puede surgir es la siguiente: ¿Al ser hombre estaba también sometido a las debilidades humanas?, es decir, ¿podía el hijo de Dios hecho hombre sentir envidia? Porque parece que si esto le estaba vedado desde el principio no sería verdaderamente un hombre, ¿no? Me pregunto qué sentido podría tener una naturaleza híbrida, una parte humana y otra divina. La parte divina sería la que le habría protegido de todas las debilidades propias de la naturaleza humana. No sé, esto sería muy raro. Habrá que estudiarlo, a ver cómo lo han resuelto los Padres de la Iglesia. Yo que he estudiado en un colegio católico, ahora mismo no lo sé, a lo mejor me lo enseñaron y lo he olvidado.
La importancia de la carne también se manifiesta en el dogma de la resurrección. El católico necesita ver, tocar, sentir. El católico no quiere ser una nube, no quiere ser energía; para el católico la muerte es no sentir nada. Hay que sentir y saber que es uno el que siente y saber que los otros también sienten. No es nada fácil creer que después de muertos vayamos a resucitar en nuestros cuerpos. Conozco a una persona que va a misa cada domingo que no cree en la resurrección de la carne. Ella cree que es católica, pero en verdad no lo es.
Todo es problemático en la doctrina católica. Todo parece estar hecho con el fin de que la razón reciba un buen trastazo. Es como ir a la escuela a aprender humildad; o sea, a bajarle los humos a la razón, y por supuesto a todos esos que contribuyeron a que esta lo dominase todo.