#73. Un caso de partenogénesis.
Sin duda todo empezó a ser más suave y delicado, mucho más amoroso, desde que el Hijo de Dios nació de la Virgen María. No es nada fácil de entender este milagro. El truco incluso parece estar en no intentar ni por asomo entenderlo. Se trata sobre todo de dejarse llevar, no plantearse cuestión alguna sobre esto. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que los inventores de esta religión podrían haberlo hecho de otro modo. Ellos eran los inventores y nadie les obligaba a contar que un niño había nacido de una virgen, por más que en la naturaleza se diesen otros casos de partenogénesis. Pero tan extraño como esto podría ser que la vida toda sea producto de una gran explosión o que la energía no se cree ni se destruya solo se transforme. De todas formas hay que reconocer que los primeros comentadores de los evangelios se las vieron y se las desearon para poder explicar aquel modo de nacer que había tenido Cristo. Aunque tampoco cabía asombrarse mucho porque el profeta Isaías ya había profetizado el nacimiento de Enmanuel de ese modo. Dice el texto veterotestamentario: Y continuó el Señor hablando con Acaz y le dijo: Pide para ti un signo de parte del Señor, Dios tuyo, en lo profundo o en lo alto. Y respondió Acaz: No lo pediré, pues no quiero tentar al Señor. Y dijo: Escuchad ahora, casa de David: ¿Os parece poco contender con los hombres, que contendéis también con mi Dios? Por eso, el Señor mismo os dará un signo. Sabed que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Enmanuel, que se interpreta “Dios con nosotros” (Isaías 7, 10 ss). Sin embargo quizá haya que reparar en algo, en una palabra de la Biblia: la palabra hebrea aalma. Esta palabra no fue traducida por “muchacha joven” sino como “virgen”. Creo que esto lo cambiaría todo bastante, ¿verdad? Quiero decir que no me puedo imaginar un cambio mayor de perspectiva, ¡y solo por una palabra! Porque todo el mundo, hasta el más torpe y despistado, se puede dar cuenta de que no es lo mismo nacer de una muchacha joven que de una virgen. Sin embargo los Padres de la Iglesia, en concreto Orígenes, toma el toro por los cuernos, no se evade, y ante esta cuestión emplea el siguiente argumento: La necesidad de que el nacimiento de Jesús fuese extraordinario. Y hay que reconocer que engendrar una joven no sería signo de nada, que una muchacha joven engendre es la cosa más natural del mundo. Por eso la palabra hebrea aalma tenía que ser traducida por virgen. Porque es verdad que nacer de una virgen sí es algo extraordinario, algo que sí puede ser signo de algo.
Como se sabe, el pueblo judío no aceptó que la profecía de Isaías se cumpliese con el nacimiento de Jesús. Fueron muchos los judíos que contaron que la madre de Jesús, encinta, fue echada de casa por el carpintero que la había desposado, convicta de adulterio. Es de imaginar que los judíos siguen hoy en día pensando que la madre de Jesús cometió adulterio. La razón de ser de los judíos es seguir esperando al Mesías.
Como se puede comprobar el fracaso de esta historia contada por los judíos fracasó estrepitosamente. Pero hay que reconocer que tenían todo a su favor para alzarse con la victoria. Su versión era la más verosímil. La de María es que realmente es difícil de creer. Uno piensa en José, el carpintero, y tuvo que ser muy duro lo que tuvo que pasar ese hombre. Lo raro es que lo hiciesen público. Ante una noticia como esta José se negaría rotundamente a dar la noticia. No querría verse delante de sus vecinos como víctima del adulterio de su esposa. El adulterio en aquella época era un delito grave. ¿Qué pudo pasar para que finalmente José creyese lo que le estaba diciendo María? ¿Qué pudo pasar para que los judíos no se llevasen el gato al agua?
José el carpintero no fue muy razonable al creer a su esposa. Todos sus vecinos tuvieron que ponerse en contra de los dos; en contra de María por haber cometido adulterio y en contra de él por no repudiarla.
Claro, la razón no llega aquí. Solo por la fe se puede llegar.
Y como anexo, un poco de teología: algunos dogmas de la fe católica, recogidos del libro “El conocimiento de Dios” del Padre Gratry, traducido por Julián Marías:
Sobre la luz:
“Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Y la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.
“Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció.
“Vino a sus propios dominios, y los suyos no lo recibieron.
“Pero a cuantos lo recibieron les dio la potestad de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
“Que no han nacido del pecado, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios (Juan, I).
“Si os hablo de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo me creeréis si os hablo de cosas celestiales?
“Dios ha amado al mundo de tal modo, que le ha dado a su Hijo unigénito: a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.
“Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que lo juzgue, sino para que el mundo se salve por él.
“Quien cree en él no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo unigénito de Dios.
“Pues por esto es el juicio: porque la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
“Pues todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que no sean condenadas sus obras.
“Pero el que hace la verdad, viene a la luz para que se manifiesten sus obras, pues se han hecho en Dios”. (Juan, II).
Sobre Dios:
Dios es uno, simple, inmutable y libre, omnipotente, absolutamente infinito en todo género de perfección, y creador de todas las cosas.
Dios es inmenso, y por tanto íntimamente presente, por su sustancia, en todos los lugares y en todas las cosas espirituales y corporales. En él vivimos, nos movemos y somos.
Dios es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
Sus perfecciones invisibles, desde la creación del mundo, son visibles a la inteligencia por las cosas creadas, y también su potencia eterna y su divinidad.
Solo Dios puede comprenderse perfectamente.
Dios conoce distintamente todas las cosas pasadas, presentes y futuras.
Hay en Dios una providencia que se extiende a todas y cada una de las cosas.
Sobre la encarnación:
“En verdad os digo, antes de que Abraham fuera hecho, soy yo”. (Juan, VIII).
“Yo y mi Padre somos una misma cosa”. (Juan, X).
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. (Juan, XIV).
Hay que reconocer en Jesucristo la divinidad verdadera y propiamente dicha.
El Verbo divino ha tomado la naturaleza humana, consustancial con nosotros, íntegra y perfecta.
El cuerpo de Cristo es humano y concebido por la Virgen madre.
El Verbo divino ha tomado un alma humana y dotada de razón.
Cristo estuvo sometido a las afecciones humanas, a los dolores y a la corrupción.
Cristo Nuestro Señor fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María, permaneciendo salva su integridad.
La Santísima Virgen se llama y es verdadera y propiamente madre de Dios.
Hay que admitir en Cristo una sola persona y divina.
Hay en Cristo dos naturalezas enteras, distintas, sin confusión y mezcla.
Hay que reconocer en Cristo dos operaciones y voluntades indivisas y sin confusión, divina y humana.
La fe recta, es, pues, que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre.
Es Dios engendrado antes de todos los siglos de la sustancia del Padre, y es hombre nacido en el tiempo de la sustancia de su madre.
Dios perfecto, hombre perfecto, compuesto de alma racional y carne humana.
Igual al Padre según la divinidad; menor que el Padre según la humanidad.
Pero, aunque sea Dios y hombre, no es dos, sino un solo Cristo.
Uno, pero no por transformación de la divinidad en carne, sino por la unión de la humanidad con Dios.
Uno, no por la confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona.
Pues así como el alma racional y la carne son un solo hombre, así Dios y el hombre son un solo Cristo.