#88. Propedéutica.
En un extremo se encuentra Fichte y en el otro Espinosa (Spinoza). Fichte representaría el subjetivismo y Espinosa el objetivismo, ambos en sus puntos más radicales. Creo que los dos se merecen nuestra simpatía por atreverse a pensar de una manera radical. Una manera de pensar realmente fuera de lo corriente. Ambos, claro está, tuvieron que enfrentarse a la cuestión que en verdad siempre más ha importado a todo filósofo verdadero: la existencia de Dios. Para Espinosa todo es dogma, todo está férreamente determinado y la paz del espíritu descansa precisamente en el objeto absoluto. Es decir, Dios se manifiesta en la naturaleza. Todo eso que está ahí fuera, todo eso que tiene sus reglas, es Dios y conocer esas reglas es conocer a Dios. (Ahora mismo no estoy seguro de si Espinosa aceptaría que la naturaleza sea obra de Dios. Creo que para alguien tan agudo y preciso como Espinosa no es lo mismo decir que la naturaleza es obra de Dios que decir que la naturaleza es Dios. Aunque sé que muchos intérpretes definen a Espinosa como un panteísta, a mí me parece esto una manera un poco burda de despachar su pensamiento). Fichte, por el contrario, se opuso a la doctrina de querer basar nuestra forma de vivir en la realidad y en sus valores externos (incluido Dios). Fichte piensa que la naturaleza es un “puro yo”. El problema que tenía que resolver Fichte (y sus discípulos) era el de cómo se hace posible una naturaleza fuera de nosotros.
El discípulo más destacado que tuvo Fichte fue Schelling. A este, que era un gran admirador también de Espinosa, se le ocurrió lo más insólito: conjugar el pensamiento de Espinosa y el de Fichte; hacerlos compatibles. Creo que elegir una tarea tan difícil como esta puede acabar volviendo loco a cualquiera.
¿Acabó Schelling volviéndose loco?
“Dios es una esencia real, que sin embargo no posee nada antes o fuera de sí mismo. Todo lo que es, lo es por sí mismo; procede inicialmente de sí mismo y termina otra vez puramente en sí mismo. En pocas palabras: Dios se hace a sí mismo, y tan cierto como que se hace a sí mismo, es cierto asimismo que no está ya concluido y acabado desde el comienzo, porque en tal caso no tendría necesidad de hacerse. Entonces, ¿cuál es el estado originario en el que se encuentra la esencia originaria que es toda ella únicamente en sí misma y que no tiene nada fuera de sí misma?”
Esto lo escribió Schelling en 1810, cuando tenía treinta y cinco años. ¿No es esta la manera de pensar de alguien que ha leído a Espinosa y entiende que lo que piensa Espinosa está bien pensado pero que al mismo tiempo no puede darle la razón porque darle la razón significaría reconocer que se estaba en un error? Por otro lado, ¿no es esto que dice Schelling sobre Dios lo mismo que dice la doctrina católica? (Aunque me doy perfecta cuenta de que un católico jamás se haría la pregunta final que se hace Schelling. Esta última pregunta de Schelling parece una pregunta que contradice lo dicho anteriormente. ¿Por qué hay que preguntarse sobre el estado originario en el que se encuentra la esencia originaria que es toda ella únicamente en sí misma y que no tiene nada fuera de sí misma?).
¡Dios se hace a sí mismo y por eso Dios no está concluso! ¡Dios está haciéndose, sigue haciéndose! ¿No es este el pensamiento de un hombre valiente, de un hombre que se atreve a pensar fuera de la norma, de lo pensado por todos anteriormente? Me pregunto de dónde habrá sacado Schelling semejante idea. ¿La habrá deducido tras confrontar a Espinosa con Fitchte? Tal vez en los escritos de Fitchte ( o de alguno de sus discípulos) haya algo que llevase a Schelling a pensar en un Dios que continúa haciéndose.
¿Pero alguna vez habíamos tenido nosotros la idea de un Dios acabado? Me parece que no. Si pensamos como Espinosa está claro que Dios no está acabado porque la naturaleza sigue haciéndose. Si somos católicos y creemos en un Dios creador parece que también esto se asoma a lo mismo: el movimiento de Dios. O sea, Schelling seguramente está diciendo algo obvio. Pero aunque fuese así, nos produce sorpresa. Bueno, a mí me la produce. Creo que aunque supiese que Dios estaba en continuo movimiento nunca había pensado en ello. ¡Nunca me había parado a pensar en Dios haciéndose continuamente! Aunque el filósofo se refiriese al infinito y al movimiento y al movimiento infinito, a mí nunca se me había ocurrido pensar en Dios haciéndose continuamente. Leía la palabra infinito y no pensaba verdaderamente en lo que significaba esa palabra para el filósofo, para cualquier filósofo. Lo mismo me pasaba con la palabra movimiento. Leía la palabra movimiento y no se me ocurría pensar que en este preciso momento, ahora mismo, Dios estaba haciéndose.
Hay una palabra usada por los filósofos alemanes que después comenzaron a usar los filósofos de todos los países, una palabra que está tomada del griego, que significa algo que tiene que ver con prepararse para recibir alguna enseñanza. La palabra es propedéutica. Son muchos los escritos de filósofos que hacen referencia a lo que significa esta palabra. La mayoría de ellos piensan que nombrándola el lector ya se está enterando de lo que quiere decir. Pero yo diría que no ocurre esto. Creo que cuando leemos un libro de filosofía no estamos preparados para entender nada de lo que en ese libro se va a decir. Las palabras del filósofo no calan en nosotros porque no sabemos pensar como piensan los filósofos. Y no sabemos pensar de esa manera porque nunca nadie nos ha enseñado a pensar así. En la escuela, en la asignatura de filosofía, se limitaron a enseñarnos la historia de la filosofía, es decir la serie de filósofos importantes que ha habido ordenados cronológicamente. Me parece que nunca hubo un verdadero esfuerzo por enseñar qué fue lo que movió a esos hombres a escribir textos de filosofía. (Seguramente el error está en el programa de estudios, porque no creo que sea una buena idea hacer de la filosofía una asignatura como las otras. La filosofía debería estar en todo. Cada profesor debería explicar su materia filosóficamente, es decir, haciendo lo posible para despertar el interés de los alumnos).
Yo me doy cuenta de que he tenido una educación nefasta. Nunca nadie me dijo nada interesante sobre las matemáticas, ni sobre las ciencias naturales, ni sobre la historia de España. Nada. Sí, me enseñaron de muy pequeño a leer, a escribir y a realizar algunas operaciones aritméticas, pero nada más. Ninguno de mis profesores me preparó para que naciese en mí el interés por ninguna de las materias escolares. No me equivoco si digo que mis años de escolarización fueron un auténtico desastre. Supongo que lo mismo les ocurrió a mis condiscípulos. Me cuesta creer que alguno hubiera sentido nacer en él el interés por las matemáticas oyendo lo que curso a curso iban diciendo los diferentes profesores de matemáticas. Sin embargo, veo que hoy la mayor parte de los padres confían en que sus hijos pueden recibir una buena educación. Algunos se gastan mucho dinero en la educación de sus hijos. Si no son tontos me imagino que se gastarán ese dinero pensando que en ese colegio tan caro harán amistades con hijos de papás y mamás en una buena posición social y económica que en un futuro podría serles de utilidad. Si son tontos pensarán que pagando tanto dinero por la educación de sus hijos necesariamente esa educación es una muy buena educación.
Propedéutica. Los niños y jóvenes están faltos de una preparación para recibir los tesoros que todas las materias guardan. ¿Cómo se puede preparar a un niño para eso? Solo veo una posibilidad: los profesores tienen que ser filósofos. Como esto solo se dará muy de vez en cuando, lo mejor que pueden hacer los padres es mirar para otro lado.
Y Dios sigue haciéndose a cada hora, cada día, en la mente de esos niños…