#86. Pluhurabelle.
¡Qué cosa más desagradable el ruido que hacen las palomas! Es como si estuviesen empollando, ¡como si fuesen felices! Tienen una vida de mierda (aunque tengan alas no son capaces de irse de las ciudades, son estúpidas – no entiendo lo que hizo Picasso con eso de la paloma blanca de la paz, ¿por qué diablos lo hizo?) y se ponen a hacer ese espantoso ruido. Tiene un nombre… Arrullo… La Real Academia Española de la Lengua lo define así: “Sonido monótono con que manifiestan el estado de celo las palomas y las tórtolas”. ¡Puf, los hombres poniendo nombres a los ruidos que hacen los animales!, ¡vaya cosa! La vaca hace mu, el perro hace guau, el gato hace miau, etcétera. Arrullar viene de la onomatopeya ru, según el modelo de aullar y maullar. O sea el sonido que hace la paloma es ru ru ru. Joyce comienza el “Retrato del artista adolescente” de este modo, según la traducción de Dámaso Alonso: “Allá en otros tiempos (y bien buenos tiempos que eran), había una vez una vaquita (¡mu!) que iba por un caminito. Y esta vaquita que iba por un caminito se encontró con un niñín muy guapín, al cual le llamaban el nene de la casa…” Los de la Academia y los profesores de lengua se ponen muy contentos con las nuevas palabras. Piensan que el idioma se enriquece con las nuevas palabras. Del mismo modo el crítico literario dice que un escritor escribe muy bien si emplea mucho vocabulario. O sea, a mayor número de palabras más riqueza; o sea, como si valiese más el que más tiene… Son estas contradicciones que uno nunca entenderá. Me imagino que debe haber alguien por ahí detrás manejando los hilos de todo este sistema. Me imagino que debe de existir un interés para que esto nunca perezca. Nuestros hijos deben de aprender que lo bueno es ser rico, no ser pobre. ¿A quién se le puede meter en la cabeza traer a un niño al mundo para que sea pobre? ¡Eso no tiene ningún sentido! ¡Nadie es capaz de pensar así durante mucho tiempo! A lo mejor durante un rato, unos minutos, media hora, sí alguien puede tener ese pensamiento e incluso escribir un artículo en esa dirección, pero la verdad es que no hay humano que se lo pueda creer, que quiera que su hijo sea pobre, ¿verdad?
Ahora, claro está, se trataría de convencer al prójimo que deje su dinero en manos de otra persona o convencerle de que puede dar su dinero a otra persona a cambio de un determinado objeto. Habría que caer ahora también en la cuenta que hubo alguien al que se le ocurrió que a esos objetos que uno adquiere pueden ser denominados “bienes”, su singular en castellano: “bien”. Así ha quedado para siempre fijado en nuestra lengua, en nuestras cabecitas inocentes, que el ser propietario de cosas es algo bueno. No creo que me equivoque si digo que la mayor parte de las personas piensan firmemente, tienen la absoluta convicción, de que es algo bueno para ellos ser propietarios de cosas. Una casa es un bien inmueble. Un coche es un bien mueble. En derecho se utilizan estos términos. Creo que todo puede venir de los romanos. La influencia de este pueblo en nuestro modo de ver las cosas y de estar en el mundo es incalculable (y probablemente perniciosa).
Pero podría decirse algo más que puede hacer daño a alguno, a alguno que no tiene por qué ser especialmente sensible… Me refiero al cristianismo. ¿Por qué los cristianos siguieron con ese modo de nombrar las cosas? Esa doctrina que tanto ha cambiado la faz de la tierra y el alma de los hombres y de las mujeres, ¿cómo no quiso cambiar esa palabra para designar las cosas que una determinada persona poseía? ¿Es que no cayeron en la cuenta de la contradicción? ¿O es que consideraron que el lenguaje no tenía tanta importancia? ¡Qué ingenuidad pensar así! ¡Pensar que el lenguaje no es importante! Yo pienso que no hay nada que tenga mayor importancia que el lenguaje. Pero al mismo tiempo pienso que el lenguaje está forjado por hombres que no se abstuvieron de hacer prevalecer su ideología a la hora de nombrar las cosas. En este sentido no me gusta el lenguaje. Prefiero mil veces la poesía. Joyce es un escritor fenomenal porque me parece que procuró hacer caso omiso al lenguaje. Algo realmente extraño fue lo que hizo este hombre.
No creo que en castellano se pueda hacer lo mismo que hizo Joyce con el inglés. Creo que el que lo haga corre el riesgo de hacer el ridículo. El castellano me parece que es un idioma muchísimo más encorsetado que el inglés. ¿Por qué tengo la impresión de que el idioma inglés es menos serio que el castellano? No sé de dónde me viene esta idea, porque soy consciente de la tontería que es esto de considerar la seriedad de las diferentes lenguas. Pero sí, el inglés parece mucho más abierto, mucho menos claro que este en el que estoy escribiendo.
Sería bueno que la gente empezase a ver a Joyce como un tipo que estaba harto de esa manía de comunicarse que tienen los humanos. Harto de que la lengua sirviese para comunicar todas esas tonterías. Harto de los académicos que babean ante un rico vocabulario o ante un original giro idiomático. Estas chorradas de los académicos. Sobre esto escribió Joyce básicamente. No creo que a Joyce le interesase producir la más mínima emoción en el lector. Me parece a mí. Lo único que produce esta obra cumbre es pasmo, el más grande asombro. Y es para partirse de risa ver cómo hay escritores que siguen escribiendo como si el "Ulises" no hubiese sido escrito. Como si hubiese algo importante que comunicar. No se ve por ninguna parte que el uso del lenguaje deba ser ese, el de comunicar toda la sarta de estupideces que suele comunicar. Ya ni siquiera la poesía se libra de esto y cada vez uno va descubriendo más y más tipos que se consideran poetas por decir ellos de sí mismos que lo son.
(Un jueguecito: leer el Finnegans Wake en busca de la palabra Pluhurabelle).