#84. Todos gritaban: ¡crucifícalo!, ¡crucifícalo!
¿Me vale a mí de algo pensar que Jesús murió en la cruz para salvarme? Intento imaginar cómo sería mi vida sin que ese hecho se hubiese producido. El cristianismo vino a cambiarlo todo. Soy el que soy porque el cristianismo vino a cambiarlo todo. Es algo que no puedo evitar. Ni siquiera un tipo como Bertrand Russell, un tipo que siempre presumió de ateísmo, pudo evitarlo. ¿Le hubiese gustado a Mr. Russell que las cosas hubiesen sucedido de otro modo? A lo mejor Mr. Russell hubiese preferido vivir en los tiempos de Cicerón. De hecho, me lo imagino y le pega una barbaridad. Le veo incluso vestido como un senador romano. Creo que a él lo de que alguien muera crucificado le tenía que parecer realmente mal. A lo mejor por eso él se declaró ateo. No podía creer que alguien que decía ser Dios o el Hijo de Dios pudiese morir de aquella forma. ¿A qué viene eso? Primero nace en un establo y después acaba muriendo clavado en una cruz. ¿Es que era necesario? Se ve que la Teología dice que sí, que tenía que suceder de esa manera… Los profetas hebreos lo habían predicho y tenía que pasar. Pero uno lee la parte en la que Jesús es juzgado y condenado y no puede evitar sentir nacer en él cierta animadversión hacia el pueblo de los judíos. A lo mejor Jesús en un principio solo había venido al mundo para salvar a los judíos. A lo mejor eran los judíos los únicos que necesitaban ser salvados. No sé, pero a este pueblo siempre algo le pasa… Ahora, otra vez, todos están contra él. ¿Por qué se hace tan aborrecible generación tras generación? ¿Qué les pasa a los judíos? ¿Realmente es el pueblo elegido de Dios y todos los otros pueblos sienten algo parecido a la envidia? ¡Es que Jesús era judío! Jesús nació en esa parte de la Tierra, no en otra. No me quiero ni imaginar cómo estaríamos los españoles si hubiese nacido en algún establo de alguna remota aldea de la comarca de las Merindades, en la provincia de Burgos. Solo hay que pensar en lo que se ha hecho con Santiago para hacerse una idea de lo que hubiese pasado si Jesús hubiese nacido en Espinosa de los Monteros o en Quincoces de Yuso.
Cuando Poncio Pilato le pregunta a Jesús si es el rey de los judíos Jesús responde: “Eso lo dices tú”. Parece que Jesús está siendo un poco irónico con el hombre que más manda de la ciudad. No parece que tenga la intención de mover un dedo por caer simpático. ¿Es que se ha rendido a su destino? Seguramente sea eso. Seguramente esté atrapado en ese momento en su papel. No puede hacer nada por salvarse. No le queda otra que seguir con el guion.
Tal vez esta sea la gran enseñanza de Jesús: No hay esperanza: Estamos condenados a la muerte. Nadie se puede salvar. Solo hay que fijarse lo que le ha pasado a Jesús para comprender que no hay posibilidad de escape.
Pero todo esto sigue resultando muy raro… Porque eso de que la muerte nos llega a todos es algo que los contemporáneos de Jesús ya debían de saber. No creo que hubiese ni uno entre aquellos que pedían que Jesús fuese crucificado que no estuviese seguro de que no tardaría él también morir.
Lo extraño es que fuese el mismo Hijo de Dios, o Dios mismo, el que accediese a la muerte desde allí, precisamente en ese momento, delante de todos aquellos que pedían su muerte. Ante esto el hombre de a pie inmediatamente piensa que no puede ser el Hijo de Dios porque si lo fuese entonces se salvaría. Ese momento del juicio delante del pueblo judío sería el propicio para hacer alarde de su poder. ¿Por qué no lo hizo? ¡Vaya chasco tuvieron que llevarse todos los que confiaban en que realmente fuese el Hijo de Dios!
Lo peor fue la satisfacción que tuvieron que sentir todos los que habían buscado su ruina, todos los que siempre pensaron que era un impostor. Porque hay que pensar que esos judíos que se pusieron a gritar contra Jesús en aquella plaza de Jerusalén nunca se enteraron del triunfo que posteriormente tuvo el cristianismo. Vivieron lo que les quedaba de vida sin ningún tipo de remordimiento, pensando que habían hecho bien mandando crucificar a aquel tipo que lo único que hacía era perturbar la paz.
“Levantándose entonces toda la multitud de ellos lleváronlo a Pilato.
Y comenzaron a acusarlo diciendo: A este habemos hallado que pervierte nuestra nación y que veda dar tributo a César, diciendo que él es el Cristo, el Rey.
Entonces Pilato le preguntó diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y respondiéndole él dijo: Tú lo dices.
Y Pilato dijo a los príncipes de los sacerdotes, a las compañas: Ninguna culpa hallo en este hombre.
Mas ellos porfiaban diciendo: Alborota al pueblo enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí.
Entonces Pilato, oyendo de Galilea, preguntó si era galileo.
Y como entendió que pertenecía al señoría de Herodes, remitiólo a Herodes, el cual también estaba en Jerusalén en aquellos días.
Y Herodes, viendo a Jesús, holgóse mucho, porque había mucho que lo deseaba ver, porque había oído de él muchas cosas y tenía esperanza de ver de él hacer alguna señal.
Y preguntábale con muchas palabras; mas él nada le respondió.
Y estaban los príncipes de los sacerdotes y los escribas acusándolo con gran porfía.
Mas Herodes con su corte lo menospreció y escarneció, vistiéndolo de una ropa rica, y volviólo a enviar a Pilato.
Y fueron hechos amigos entre sí Pilato y Herodes en el mismo día, porque antes eran enemigos entre sí.
Entonces Pilato, convocando los príncipes de los sacerdotes y los magistrados y el pueblo,
díjoles: Habeisme presentado a este por hombre que aparta al pueblo; y he aquí yo preguntando delante de vosotros no he hallado alguna culpa en este hombre de aquellas de que lo acusáis;
y ni aun Herodes, porque os remití a él: y he aquí ninguna cosa digna de muerte se le ha hecho.
Soltarlo he, pues, castigado.
Y tenía necesidad de soltarles uno en la fiesta.
Y toda la multitud dio voces a una diciendo: Mata a este y suéltanos a Barrabás.
El cual había sido echado en la cárcel por una sedición hecha en la ciudad y una muerte.
Y hablóles otra vez Pilato, queriendo soltar a Jesús.
Mas ellos volvían a dar voces diciendo: Crucifícalo, crucifícalo.
Y él les dijo la tercera vez: ¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho este? Ninguna culpa de muerte he hallado en él: castigarlo he, pues, y soltarlo he.
Mas ellos instaban a grandes voces pidiendo que fuese crucificado. Y las voces de ellos crecían, y de los príncipes de los sacerdotes.
Entonces Pilato juzgó que se hiciese lo que ellos pedían.
Y soltóles a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y una muerte, al cual habían pedido; y entregó a Jesús a la voluntad de ellos”. (Del evangelio de San Lucas, capítulo XXIII, versículos 1 a 25, según la traducción realizada por Casiodoro de Reina, publicada en Basilea en el año 1569).