#135. La decadencia de lo griego antes, ahora y siempre.
Aunque ya se sepa, o no se sepa, aunque no interese, aunque se piense que esto ya no nos atañe, está bien traer ahora, justo en este momento, este párrafo escrito por Hegel (un hombre al que no hay que despreciar en absoluto, un hombre que buscó con ahínco el comprender, el aclarar, el saber absoluto):
“El más hermoso florecimiento de la vida griega solo duró unos sesenta años, desde las guerras médicas hasta la del Peloponeso, 492-431 antes de J.C. El principio de moralidad, que surgió necesariamente, fue el comienzo de la decadencia. El principio de la libertad griega implica la necesidad de que también el pensamiento se hiciera libre; el desarrollo del pensamiento empieza a la vez que el desarrollo del arte. Antes de empezar la guerra del Peloponeso, la cultura espiritual se había desarrollado tanto que había alcanzado su posición absoluta”.
Lo que nos pasa con Hegel, ahora que somos más bien bobalicones, es que leerlo entero y de corrido requiere mucho esfuerzo. Pero poco a poco, tal vez, podría ser menos pesado, más divertido para nosotros que solo buscamos la diversión y la ligereza.
Ahora pensemos, para pensar un poco, en los primeros versículos del evangelio de san Juan, para los grandes filósofos alemanes el mejor evangelio de todos. Esos versículos son los siguientes:
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.
¡Vaya texto! Para quedarse cavilando, ¿eh? ¿Cómo se entiende todo esto? Son demasiadas cosas las que hay ahí. La plenitud (lo mejor del mundo griego) ya hace más de quinientos años que se ha extinguido. ¿Qué queda en el evangelista de lo griego? ¿Podríamos pensar que la distancia que hubo entre el autor de este evangelio (según los estudiosos el evangelio se escribió sobre el año 90 después de J.C.) y el florecimiento de la vida griega es la misma que hay entre nosotros y el Renacimiento? Podría ser… Aún hoy en las escuelas se le da alguna importancia a esa parte de la historia (me refiero al Renacimiento, no al periodo comprendido entre las guerras médicas y el comienzo de la del Peloponeso), así que a lo mejor algún aroma renacentista puede haber en la mente de alguno de nuestros contemporáneos… Pero ¿qué podía quedar en la mente del evangelista Juan del espíritu que había en Sófocles (496-406 antes de J.C.)? Mi impresión es que Sófocles tomaría por un imbécil al evangelista.
¿Y a nosotros qué nos pasa? Pues a nosotros nos pasa que nacimos cuando nacimos, con el mundo griego completamente enterrado y con el mundo cristiano a punto de serlo. Recibimos alguna que otra noción de este mundo cristiano pero ya era tarde, ya que toda la sociedad estaba compuesta de individuos ateos. Aunque eso sí, nos dio tiempo para no tomar al mejor de los evangelistas como un imbécil.
P.D.: El texto trascrito de Hegel está sacado de la segunda parte de las “Lecciones sobre la filosofía de la historia universal”, que empieza con el mundo griego. Pertenece al capítulo tres, el titulado: “La afirmación histórica del espíritu griego”, a su sección quinta, la que lleva por título: “La decadencia de la eticidad griega”.